por Beatriz Goldberg
Enfrentar la vida constituye un
desafío desde el momento mismo en que llegamos a este mundo. Para que los niños
salgan airosos, es preciso prepararlos adecuadamente. Superar con éxito los
desafíos que se les presentarán a lo largo de su existencia consistirá en no
abandonar la batalla y tener fuerzas suficientes para intentarlo otra vez
cuando hayan sufrido una derrota. Para lograrlo, es preciso criarlos sin miedo,
capaces de hacerles frente a las circunstancias de todo tipo.
Con las mejores intenciones, los
padres temerosos de los peligros de soltarles la mano para que puedan moverse
por sí mismos y se independicen pueden generarles miedo, retrasando así su
despegue, o bien se lo harán vivir con un plus de angustia.
Es muy importante comprender
que, por lo general, los miedos que los padres les transmiten a los hijos son
un espejo de sus propios miedos y que, siempre guiados por el amor, pueden
resultar siendo protectores en exceso.
El miedo tiene dos caras. Su
condición dual está marcada desde el sentido mismo de la definición, “es una
perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Dada
su doble faceta, no siempre es un sentimiento que hay que combatir porque, en
muchos casos, nos permite y les permite a nuestros niños, sobrevivir en un
mundo que está lleno de peligros. Este es el lado constructivo, el funcional,
el que nos impulsa a evitar acciones y situaciones que podrían poner en riesgo
nuestra intimidad física o emocional. Quien no le teme a nada, generalmente, es
alguien que, por alguna razón, niega los riesgos que implica estar en el mundo.
Tal vez su angustia frente a los peligros es tal que prefiere decretar en su
imaginación que se encuentra en un mundo sin situaciones complicadas.
Por eso criar a niños fuertes
consistirá en darles las herramientas para que el miedo actúe a modo de alarma
protectora y los incite a tomar las medidas necesarias para utilizarlo
positivamente. Para que utilicen los temores a su favor y no tengan miedos
frenados es importante fortalecer su autoestima desde que son pequeños a través
de una mirada positiva, confiando en sus capacidades y creando a su alrededor
un clima de confianza que lo estimule a compartir con nosotros sus dudas y
temores. Fomentar la capacidad para sobreponerse a los infortunios, que sean
capaces de comprender que tienen la capacidad de valerse por ellos mismos.
Predicar con el ejemplo- los chicos aprenden de las actitudes, no de los
discursos. Inculcarles sentido de la responsabilidad, saber que son
responsables y que es preciso hacerse cargo de las actitudes que se tomen.
Transmitirles valores morales y espirituales, la riqueza interior es un refugio
donde tomar fuerzas para enfrentar los desafíos de la vida. Hacerles sentir que
el amor hacia ellos es incondicional,
quien crece en la certeza de ser amado lleva un escudo invisible para salir al
mundo y enfrentarlo.
Resulta muy difícil ser padres. Nunca se es objetivo porque el elemento afectivo está muy presente, sin embargo hay que intentarlo. hay que superar nuestros propios miedos, inconformidades, frustraciones, para poder educar bien a nuestros hijos, y hacer de ellos personas fuertes y equilibradas...¡difícil tarea, pero no imposible!
ResponderEliminarMuy buena la entrada
Abrazos
Gracias Pilar por tu comentario
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