miércoles, 22 de julio de 2020

Psicomotricidad

Cuando el cuerpo está mediatizado por una pantalla
Terapias corporales en tiempos de pandemia
Cómo manejar la atención del desarrollo temprano y la intervención psicomotriz en niños cuando está vedado el contacto físico.
Por Raquel Fransolini, Liliana Gruss y Francis Rosemberg



Estamos ante un hecho novedoso, inédito. El aislamiento social, el confinamiento. Hoy el mundo está cerrado. Hay una ruptura de la vida cotidiana. La pandemia y la cuarentena llegaron y nos cambiaron la vida... las rutinas, los proyectos, los objetivos, la socialización. Es difícil apoyarse en lo que conocemos, lo previo, lo que tenemos instalado... y aún no visualizamos lo nuevo.
Somos psicomotricistas y trabajamos en salud y educación, tanto en la clínica como en capacitación. Actuamos en el campo de la atención del desarrollo temprano y de la intervención psicomotriz a fin de favorecer aquellos procesos evolutivos que se encuentren bloqueados o enlentecidos, en un marco que promueve el acompañamiento de los niños/as y sus familias.

Esta realidad inesperada, impensada, nos plantea grandes desafíos: cómo adaptarnos activamente sin quedar subsumidos en ella. Y nos cuestionamos acerca de las transformaciones que impuso a nuestra praxis, hoy.

Como trabajadores de la salud mental solemos reflexionar sobre el grado de implicación, de afectación propia que tenemos con las situaciones que se nos plantean en nuestra tarea. Hoy, cuando todos estamos afectados emocionalmente por estas nuevas condiciones de vida, aún más nos convoca el pensar cómo sostener nuestra especificidad profesional y producir desde ella.

Necesitamos retomar los vínculos con nuestros pacientes, reconectarnos, elaborar el distanciamiento, compartir algún resquicio de relación establecida previamente, cuando la terapia era presencial.

Sin embargo no podemos tratar de recrear nuestras prácticas como siempre lo hicimos, ni interpretar con nuestras categorías de pensamiento anteriores lo que estamos estrenando.

El confinamiento nos lleva a pensarnos, nos interpela. No estamos pudiendo utilizar lo que nos da nuestra especificidad. Nos ha cambiado el instrumento de nuestro trabajo: el uso del cuerpo.

Nos preguntamos cómo hacer cuando el cuerpo, nuestra corporeidad, está mediatizada por una pantalla que sólo nos permite ver, cómo encontrarnos en un espacio que no nos contiene a ambos y cuyo tiempo transcurre también diferente en el aquí y en el allá, a la espera del mensaje para recibir o dar, mensaje que a veces se entrecorta, pixela, distorsiona, bloquea.

Tenemos elaboradas múltiples herramientas de trabajo pensadas para el cuerpo presente, no las hemos considerado para el detrás de las pantallas. El ojo mira, pero no ve la mirada del otro. Ve en ellas el rostro (a veces distorsionado) de otro que mira su propia pantalla en la que, suponemos, nos ve a nosotros tal cual nos mostramos, nos sentimos, nos creemos, nos pensamos.
Ese espacio es plano, en dos dimensiones, recortado. El espacio real es tridimensional, tiene volumen, contiene, hay distancias, más cerca, más lejos... Se podría argumentar: pero el niño está jugando, él se acerca y/o se aleja. Es cierto. Pero nosotros, terapeutas, estamos sentados, frente a la pantalla, intentando decodificar lo que creemos ver. El niño juega. Sabiendo que estamos del otro lado de esa doble pantalla, seguramente su hacer no sea el mismo que cuando juega solo. Hay un sostén: la mirada, la voz, la palabra. Hay una falta: el cuerpo, en 3D, que aloja, contiene, que se transforma en el encuentro con el otro. ¿Se hace corpóreo nuestro trabajo con la mediación de este dispositivo? Podemos promover que nuestro cuerpo se mueva con el del niño/a, pararnos, dramatizar, cambiar lugares… ¿será suficiente? Si uno solicita, ¿el otro puede entregar? Si uno ofrece, ¿el otro puede recibir? ¿Se puede hacer en simultaneidad? ¿Y si en esta distancia, que también es temporal, se produce un vacío? ¿Cómo se significan los silencios?

Estamos en la construcción de nuevos espacios terapéuticos. Con interrogantes en relación al lugar del cuerpo en estos espacios virtuales.
La virtualidad, en nuestro hacer, no sustituye a la presencialidad. Hoy necesitamos que pueda complementarla, con la plena conciencia de que no la reemplaza. La precisamos para sostener el vínculo, para propiciar continuidades y que la irrupción de lo inesperado no desarticule cierta estabilización en el proceso de desarrollo de un niño, que veníamos acompañando cuando actuábamos como partenaire simbólico de su juego en nuestro consultorio. Hay que transitar este momento disruptivo produciendo encuentros. Por el otro y por uno mismo.

Esta trama vincular es lo que necesitamos mantener, recrear, propiciar, para gestionar estas horas, cuando el encuentro con los otros y otras está interdicto.

Fuente: Página 12/ Psicología




viernes, 3 de julio de 2020

La conexión online

Relación del docente con el grupo más allá de la pantalla


Uno de los aspectos que más preocupa tanto a profesorado como a alumnado es poder orientar la acción educativa a la clase como grupo. La mayoría de las iniciativas online que se han puesto en marcha, más allá de la convocatoria mínima de intercambio de todo el aula, han sido estrategias para trabajar a nivel individual de profesor a alumno, en la detección de necesidades individuales y en la acomodación a las cuestiones que se plantean. 
Sin embargo, se detectan limitaciones en la gestión del grupo como tal, se hace menos seguimiento de los estudiantes menos participativos, o que trabajan mejor ‘off-line’, o que tienen menos oportunidades de acceso a estos entornos digitales. De este modo, se pierde la percepción grupal y los indicadores que proporcionaban ‘feedback’ al docente ya que no están presentes. Todo ello conlleva, en algunos casos, insatisfacción y poca percepción de autoeficacia en el profesorado y, asimismo, puede afectar al nivel de inclusión y participación de los estudiantes y su sentido de pertenencia al grupo.

¿Y con la familia?

A nivel familiar, el aumento del uso de la tecnología también ha conllevado múltiples cambios. Si bien tanto niños y niñas como adolescentes pueden estar más acostumbrados a hacer uso de según qué plataformas de comunicación, el uso intensivo de las pantallas que se ha estado dando a lo largo de estos dos últimos meses ha difuminado cualquier límite que se hubiera establecido en un contexto familiar en relación con el uso de las mismas.

En muchos casos, su uso se limitaba a un espacio de ocio con una frecuencia y duración muy concreta, que ha perdido todo su sentido tras decretarse la alerta sanitaria. La utilización de la tableta, el smartphone o el ordenador ya no se limita mayoritariamente a espacios de ocio o a actividades educativas concretas, sino que ha pasado a constituir el único vínculo con el entorno escolar y social de niños, niñas y adolescentes. Cabe también tener en cuenta que, una vez acabada la conexión con el profesorado o con los compañeros y compañeras, las pantallas han seguido constituyendo un espacio de ocio (juegos, aplicaciones…), difuminando, como decíamos anteriormente, los límites de uso, tanto cuantitativo como cualitativo, pactados con la familia antes del confinamientoLa negociación en relación con el uso de las pantallas entre familias y niños, niñas y adolescentes debe así volver a definirse teniendo en cuenta las peculiaridades del momento que hemos vivido y estamos viviendo, aunque todo hace pensar que no será tan fácil establecer y justificar nuevos límites, al menos de cara a los adolescentes.

¿Dependencia de las pantallas?

Finalmente, podemos preguntarnos si durante los últimos meses no habremos establecido una dependencia de las pantallas. Es cierto que la tecnología ha permitido mantener la comunicación y el intercambio necesarios para desarrollar la actividad educativa. Y ha permitido también mantener ciertas rutinas escolares, suponiendo un elemento estabilizador. 

Sin embargo, también es cierto que algunos lo han vivido de forma estresante, e incluso algunos adolescentes lo han considerado como una nueva forma de control por parte de los docentes, una invasión de su espacio privado (porque hasta ahora su actividad online así lo era). Respecto a la relación educativa, el aumento del uso de pantallas se ha considerado una medida provisional (al menos de momento), con lo que es posible que incluso se produzca cierto rechazo a los procesos educativos a distancia e incluso se aumente la presencialidad si ello es posible.
Cuando se generalizó el uso del smartphone en los adolescentes (y en general en la población) se habló mucho de la ‘nomofobia’ (el miedo irracional a estar sin conexión), sin embargo en un contexto post confinamiento y de vuelta a la normalidad no está claro que vaya a aparecer esta dependencia. En cualquier caso, se plantea también la posibilidad de vivir un escenario diferente a largo plazo, en el que se planteen los modelos educativos que compatibilicen la presencialidad con el online como una modalidad educativa que ha llegado (de forma quizá forzada en algunos casos) para quedarse.

No tenemos ninguna duda de que uno de los parámetros más importantes de cambio derivado de la actual crisis sanitaria habrá sido el entorno educativo. Es por ello por lo que debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿qué hemos aprendido sobre el uso intensivo de la tecnología en la relación alumnado-profesorado durante la emergencia sanitaria? y ¿cómo debe ser el futuro educativo a partir de ahora?

https://www.educaciontrespuntocero.com/