martes, 4 de agosto de 2020

PANDEMIA: EL MUNDO DADO VUELTAS ¿QUÉ PASARÁ CON NIÑOS Y ADOLESCENTES?


Por Mario Valdez



La situación de emergencia mundial ha cambiado literalmente los hábitos y costumbres personales, pero también la dinámica de funcionamiento familiar en todas las sociedades. Los ritmos laborales se acallan, el tiempo para dedicar a la familia se extiende, la tolerancia se pone a prueba, las máscaras se caen, la economía familiar se derrumba, los niños se aburren, los padres disienten, los resentimientos reprimidos se manifiestan, la televisión y el cine en casa crece en la demanda…. Todo parece estar patas para arriba. El hogar como refugio para relax y el descanso se convierte en el único escenario donde pasa “todo” y nadie se sentía preparado para ello. Pero en este caso, quiero poner la lupa sobre los niños y adolescentes, quienes ven afectada su intimidad, sus horarios y sus rutinas, aparentemente con menos preocupaciones que los adultos, pero con sus propias conflictivas “al rojo vivo”.  Los adultos hablamos de la necesidad de reinventarse, de crear nuevas fuentes de ingresos, sentimos que la estresante vida cotidiana en la oficina o en taller, después de todo tenía su costado positivo y que después de todo, no está tan mal el trabajo que tenemos. Pero, ¿qué pasa en el mundo de niños y adolescentes? De pronto, todas las exigencias cotidianas desaparecen: los retos de papá por los objetivos pendientes, la insistencia machacona de mamá sobre los horarios y tareas pendientes de la escuela y las actividades extraacadémicas: -¡apurate, que en diez minutos salís para inglés!; -¿Hiciste el trabajo de sociales?; -¿Por qué la maestra me escribió esa nota?; -Nada de televisión ahora, tomás la leche y te ponés a trabajar….

Aquello que en principio parecía una reivindicación divina que venía a poner justicia a su cansancio, comienza a transformarse en una pesadilla de aburrimiento, de agobio por el encierro. Todo el día encerrado, ¡qué injusto! La conducta comienza a resquebrajarse, los nervios de mamá y papá circulan en la familia y son absorbidos por los niños, quienes agregan desazón y angustia a su vida alterada por completo. Esa es nuestra realidad ahora, pero ¿qué ganan y qué pierden los chicos con esta nueva dinámica familiar?

Los aspectos positivos no son pocos. Las presiones son menores, los horarios se relajan, mamá se transformó en una maestra integradora que fiscaliza todas las clases virtuales de maestras y profesores, los permisos para el uso de dispositivos de juegos son mayores, el tiempo de sueño es mayor y por tanto el descanso también lo es, las reglas estrictas de la casa se desmoronan, el tiempo de juego con hermanos y padres aumenta. Todo ello no es poco, en esta sociedad competitiva que pretende que los niños “aprovechen” el tiempo en múltiples actividades “útiles” en detrimento del juego y el desarrollo armónico del niño o adolescente.

Pero también existen cosas que se perdieron, más allá de los contenidos escolares. Escenarios sociales de convivencia con pares, sometimiento a las reglas en contextos exógenos, aprendizaje de la organización de la vida a partir de los compromisos, consensos y disensos permanentes con iguales y profesores, valoración del esfuerzo cotidiano, planificación, fortalecimiento de la personalidad, crecimiento psíquico y social, aprender a ser “sujeto”, aprender a ser “alumno”. En el plano cognitivo, ejercitar sus funciones cerebrales superiores, someterse al conflicto cognitivo, desarrollar estrategias de aprendizaje y conciencia del error, lograr autoría de pensamiento, estimulación de las capacidades visoespaciales, memoria, atención y, en general, todo aquello que implican las funciones ejecutivas, es decir, nada más ni menos que acompañar el proceso de crecimiento físico con el desarrollo neurocognitivo.

Los adultos sólo esperamos la ocasión para retomar “la vida anterior”, en lo posible, pero es diferente para niños y adolescentes quienes atraviesan una espiral de crecimiento mucho más dinámica y transformadora, porque ellos no pueden, no deben y no quieren, sólo volver a la vida anterior. Padres, docentes y terapeutas, deberemos pensar las estrategias para el abordaje de esos “sujetos en construcción” que esperarán de nosotros mucho más que la vida anterior a la pandemia.

EQUIPO IINNUAR

Prof. Lic. Mario Valdez – Neuropsicología del Aprendizaje

miércoles, 22 de julio de 2020

Psicomotricidad

Cuando el cuerpo está mediatizado por una pantalla
Terapias corporales en tiempos de pandemia
Cómo manejar la atención del desarrollo temprano y la intervención psicomotriz en niños cuando está vedado el contacto físico.
Por Raquel Fransolini, Liliana Gruss y Francis Rosemberg



Estamos ante un hecho novedoso, inédito. El aislamiento social, el confinamiento. Hoy el mundo está cerrado. Hay una ruptura de la vida cotidiana. La pandemia y la cuarentena llegaron y nos cambiaron la vida... las rutinas, los proyectos, los objetivos, la socialización. Es difícil apoyarse en lo que conocemos, lo previo, lo que tenemos instalado... y aún no visualizamos lo nuevo.
Somos psicomotricistas y trabajamos en salud y educación, tanto en la clínica como en capacitación. Actuamos en el campo de la atención del desarrollo temprano y de la intervención psicomotriz a fin de favorecer aquellos procesos evolutivos que se encuentren bloqueados o enlentecidos, en un marco que promueve el acompañamiento de los niños/as y sus familias.

Esta realidad inesperada, impensada, nos plantea grandes desafíos: cómo adaptarnos activamente sin quedar subsumidos en ella. Y nos cuestionamos acerca de las transformaciones que impuso a nuestra praxis, hoy.

Como trabajadores de la salud mental solemos reflexionar sobre el grado de implicación, de afectación propia que tenemos con las situaciones que se nos plantean en nuestra tarea. Hoy, cuando todos estamos afectados emocionalmente por estas nuevas condiciones de vida, aún más nos convoca el pensar cómo sostener nuestra especificidad profesional y producir desde ella.

Necesitamos retomar los vínculos con nuestros pacientes, reconectarnos, elaborar el distanciamiento, compartir algún resquicio de relación establecida previamente, cuando la terapia era presencial.

Sin embargo no podemos tratar de recrear nuestras prácticas como siempre lo hicimos, ni interpretar con nuestras categorías de pensamiento anteriores lo que estamos estrenando.

El confinamiento nos lleva a pensarnos, nos interpela. No estamos pudiendo utilizar lo que nos da nuestra especificidad. Nos ha cambiado el instrumento de nuestro trabajo: el uso del cuerpo.

Nos preguntamos cómo hacer cuando el cuerpo, nuestra corporeidad, está mediatizada por una pantalla que sólo nos permite ver, cómo encontrarnos en un espacio que no nos contiene a ambos y cuyo tiempo transcurre también diferente en el aquí y en el allá, a la espera del mensaje para recibir o dar, mensaje que a veces se entrecorta, pixela, distorsiona, bloquea.

Tenemos elaboradas múltiples herramientas de trabajo pensadas para el cuerpo presente, no las hemos considerado para el detrás de las pantallas. El ojo mira, pero no ve la mirada del otro. Ve en ellas el rostro (a veces distorsionado) de otro que mira su propia pantalla en la que, suponemos, nos ve a nosotros tal cual nos mostramos, nos sentimos, nos creemos, nos pensamos.
Ese espacio es plano, en dos dimensiones, recortado. El espacio real es tridimensional, tiene volumen, contiene, hay distancias, más cerca, más lejos... Se podría argumentar: pero el niño está jugando, él se acerca y/o se aleja. Es cierto. Pero nosotros, terapeutas, estamos sentados, frente a la pantalla, intentando decodificar lo que creemos ver. El niño juega. Sabiendo que estamos del otro lado de esa doble pantalla, seguramente su hacer no sea el mismo que cuando juega solo. Hay un sostén: la mirada, la voz, la palabra. Hay una falta: el cuerpo, en 3D, que aloja, contiene, que se transforma en el encuentro con el otro. ¿Se hace corpóreo nuestro trabajo con la mediación de este dispositivo? Podemos promover que nuestro cuerpo se mueva con el del niño/a, pararnos, dramatizar, cambiar lugares… ¿será suficiente? Si uno solicita, ¿el otro puede entregar? Si uno ofrece, ¿el otro puede recibir? ¿Se puede hacer en simultaneidad? ¿Y si en esta distancia, que también es temporal, se produce un vacío? ¿Cómo se significan los silencios?

Estamos en la construcción de nuevos espacios terapéuticos. Con interrogantes en relación al lugar del cuerpo en estos espacios virtuales.
La virtualidad, en nuestro hacer, no sustituye a la presencialidad. Hoy necesitamos que pueda complementarla, con la plena conciencia de que no la reemplaza. La precisamos para sostener el vínculo, para propiciar continuidades y que la irrupción de lo inesperado no desarticule cierta estabilización en el proceso de desarrollo de un niño, que veníamos acompañando cuando actuábamos como partenaire simbólico de su juego en nuestro consultorio. Hay que transitar este momento disruptivo produciendo encuentros. Por el otro y por uno mismo.

Esta trama vincular es lo que necesitamos mantener, recrear, propiciar, para gestionar estas horas, cuando el encuentro con los otros y otras está interdicto.

Fuente: Página 12/ Psicología