La ansiedad es una
respuesta normal y adaptativa ante amenazas reales o imaginarias que prepara al
organismo para reaccionar ante una situación de peligro. Cuando se experimenta
ansiedad ante estímulos específico, se habla de miedos o temores. Muchos niños tienen miedo a diferentes estímulos: el
miedo a la separación, a los estímulos desconocidos (como los extraños) o el
miedo a estímulos que pudieron ser peligrosos para la especie en otros períodos
de la evolución (alturas, serpientes), son frecuentes a determinadas edades. Se
trata de miedos modulados por la experiencia que son transitorios y normales y
que suelen desaparecer a medida que el niño crece. Sin embargo, cuando esos
miedos persisten en el tiempo, causan malestar en el niño o impiden su
desarrollo normal reciben el nombre de trastornos de ansiedad y
pueden ser objeto de atención psicológica. Se considera habitual y normal que
un niño de cinco años experimente cierto temor a separarse de sus padres. Sin
embargo, si este temor se mantiene a los 14 años y el niño, por ejemplo, evita
dormir en casa de otros familiares o amigos o no va de colonias por miedo a
separarse de sus padres no hablaremos de miedo, sino de un trastorno de
ansiedad de separación.
Hasta los 6 meses de
edad el niño puede tener miedo a perder la base de la sustentación, el soporte
o el equilibrio en el espacio, y a los ruidos fuertes, intensos y desconocidos.
Es característico en los dos primeros años de vida tener miedo a los extraños,
sean personas u objetos: el miedo a los desconocidos, a ser abandonado, a
ciertos objetos, a lugares no comunes. El miedo a los extraños se modula por la
experiencia. Es menor si el contacto con los extraños se realiza en compañía de
personas con las que el niño mantiene un vínculo afectivo (los padres, por
ejemplo), si el contacto con la persona extraña no se realiza bruscamente, sino
de forma gradual, y si no es de corta duración. Cuanto mayor sea la exposición
del bebé a personas desconocidas menor será su temor porque se adaptará a esta
nueva situación más fácilmente.
En
los niños de 2-4 años puede aparecer el miedo a los animales, a la oscuridad, a
los ruidos fuertes provocados por truenos o tormentas, por ejemplo. Entre los
4-6 años se mantiene el miedo a los animales, a la oscuridad y a los ruidos
fuertes, disminuye el miedo a los extraños pero surge el miedo a las
catástrofes y a los seres imaginarios (brujas, fantasmas, monstruos, etc.).
A
medida que el niño crece y aumenta su capacidad cognitiva, sus miedos se
vuelven algo más elaborados: miedo a imaginarias catástrofes o desgracias,
miedo al ridículo y a la desaprobación social, miedo al daño físico. En la
aparición de estos miedos tiene mucho que ver el contacto del niño con la
escuela, con otros niños y con los profesores. La evaluación de sus habilidades
escolares y deportivas y la comparación de éstas con las de los otros puede
preocupar al niño. Hasta los 12 años, la preocupación por temas relacionados
con la escuela (mal rendimiento escolar), la familia (posibles conflictos entre
los padres), los accidentes y las enfermedades puede ser normal. A estas edades
suele ser común el miedo a la muerte, a la desaparición de los seres queridos,
el miedo a los accidentes, a los incendios.
Con
la llegada de la adolescencia, el joven se preocupa especialmente de sus
relaciones sociales y pueden surgir temores relacionados con la valoración
personal. Es característico de esta época el miedo al rechazo por parte de
iguales, el temor al fracaso, la preocupación por el aspecto físico y por su
competencia escolar e intelectual, el miedo a hablar en público, la relación
con el sexo opuesto...
Cuando los niños
experimentan estos temores con una ansiedad elevada, evitan situaciones
relacionadas con ellos y la presencia de los mismos altera el funcionamiento
normal en la escuela (por ejemplo, el niño tiene problemas para concentrarse o
hacer los deberes), los amigos (deja de realizar actividades con ellos debido a
estos miedos) o la familia. En estos casos, estos miedos reciben el nombre de fobias, y pueden ser objeto de atención clínica.
Las fobias específicas
o simples se definen como un miedo excesivo e irracional a estímulos que de
forma real o imaginaria resultan amenazantes o peligrosos para el niño y/o el
adolescente. Alrededor de un 3% de los niños cumplen los criterios diagnósticos
DSM para poder ser diagnosticados con una fobia específica:
A. Temor acusado y persistente que es
excesivo o irracional, desencadenado por la presencia o anticipación de un
objeto o situación específicos (p. ej., volar, precipicios, animales,
administración de inyecciones, visión de sangre).
B. La exposición al
estímulo fóbico provoca casi invariablemente una respuesta inmediata de
ansiedad, que puede tomar la forma de una crisis de angustia situacional o más
o menos relacionada con una situación determinada. Nota: En los niños la
ansiedad puede traducirse en lloros, berrinches, inhibición o abrazos.
C. La persona reconoce
que este miedo es excesivo o irracional. Nota: En los niños este reconocimiento
puede faltar.
D. La(s) situación(es)
fóbica(s) se evitan o se soportan a costa de una intensa ansiedad o malestar.
E. Los comportamientos de
evitación, la anticipación ansiosa, o el malestar provocados por la(s)
situación(es) temida(s) interfieren acusadamente con la rutina normal de la
persona, con las relaciones laborales (o académicas) o sociales, o bien
provocan un malestar clínicamente significativo.
F. En los menores de 18
años la duración de estos síntomas debe haber sido de 6 meses como mínimo.
G. La ansiedad, las
crisis de angustia o los comportamientos de evitación fóbica asociados a
objetos o situaciones específicos no pueden explicarse mejor por la presencia
de otro trastorno mental, por ejemplo, un trastorno obsesivo-compulsivo (p.
ej., miedo a la suciedad en un individuo con ideas obsesivas de contaminación),
trastorno por estrés postraumático (p. ej., evitación de estímulos relacionados
con un acontecimiento altamente estresante), trastorno de ansiedad por
separación (p. ej., evitación de ir a la escuela), fobia social (p. ej.,
evitación de situaciones sociales por miedo a que resulten embarazosas),
trastorno de angustia con agorafobia, o agorafobia sin historia de trastorno de
angustia.
Si bien las fobias
específicas pueden aparecer en la etapa adulta, la fobia a los animales, las
fobias de tipo ambiental (tormentas, truenos, etc.) y el miedo a la
sangre-inyecciones o daño (dentistas, médicos en general) son típicas de la
infancia. Aunque muchas fobias aparecen tras un episodio traumático (por
ejemplo, un niño puede desarrollar miedo a los perros tras la mordedura de uno
de ellos), algunas de ellas tienen un patrón familiar muy marcado. Por ejemplo,
es muy común que los padres de niños con miedo a la sangre y a las inyecciones
también presenten estos temores.
La fobia escolar hace referencia al miedo y rechazo
del niño a acudir a la escuela por alguna situación o persona relacionada con
ella: problemas con algún profesor o compañero, dificultades durante el recreo
o la comida, etc. Se trata de un trastorno de ansiedad muy incapacitante en
tanto el niño puede dejar de acudir a la escuela durante largos períodos de
tiempo, con las alteraciones a nivel de rendimiento escolar y de relaciones
sociales que se derivan.
La fobia a la escuela
se acompaña de sintomatología física: son comunes las quejas repetidas de dolor
abdominal, diarreas, náuseas y vómitos, dolor de cabeza, alteraciones del sueño
y del apetito. El problema se mantiene cuando el niño evita acudir a la escuela.
Se han descrito
algunos factores que podrían predisponer y/o precipitar este problema: la
presencia de trastornos de ansiedad o del estado de ánimo en los padres,
acontecimientos vitales negativos en el niño (por ejemplo, una enfermedad
prolongada, separación de los padres, muerte de algún familiar), mal
rendimiento escolar, estar acomplejado por algún defecto o problema físico, etc.
Es frecuente confundir
la fobia a la escuela con la ansiedad de separación. Si el niño experimenta
temor al separarse de la madre o del padre para ir a escuela, pero sólo lo hace
en esa situación, hablaremos de fobia escolar. Si el temor o rechazo a separarse
de sus cuidadores se da también en otras situaciones (ir a una excursión,
quedarse a dormir en casa de otro familiar, etc.) hablaremos de ansiedad de
separación. Por otro lado, conviene distinguir entre fobia escolar y fobia
social. Si la negativa a ir a la escuela se relaciona con el miedo a la
evaluación por parte de los demás o a hacer el ridículo, será más adecuado el
diagnóstico de fobia social que de fobia a la escuela.
El niño o adolescente
con fobia social experimenta una ansiedad elevada ante un amplio abanico de
situaciones sociales: le cuesta preguntar la hora o una dirección a un
desconocido por la calle, le cuesta mucho entablar una relación de amistad con
niños/as de su edad, evita participar en clase, hablar con los profesores, ir a
fiestas o llamar por teléfono, etc. En estas situaciones, el niño o adolescente
con este problema teme ser evaluado de forma negativa por parte de los demás,
hacer el ridículo y ser rechazado por ellos. Estos niños no manifiestan
problemas de relación en su ámbito familiar más inmediato, pero sí con personas
menos conocidas.
Muchos niños no saben
interpretar la ansiedad que experimentan, y la expresan en forma de llanto,
tartamudez, o aferrándose a familiares y personas cercanas.
Un niño tímido puede
tener un grupo de amigos, estar integrado en clase, participar de forma activa
en diferentes actividades y deportes, etc. El niño con fobia social evita todas
esas situaciones, y si no puede, las experimenta con temor y malestar. Los niños
que padecen este problema suelen tener dificultades para hacer amigos,
frecuentemente se sienten aislados, evitan participar en actividades
deportivas, se niegan a ir a la escuela. Los niños pueden tener serias
dificultades para adquirir las habilidades sociales necesarias para hacer
frente a las demandas del ambiente. Los adolescentes con este problema, por
ejemplo, pueden manifestar serias dificultades para iniciar relaciones con el
sexo opuesto y mantener un grupo estable de amistades.
Este trastorno se ha
asociado con frecuencia a otros problemas de ansiedad, especialmente a la
ansiedad generalizada, y a trastornos del estado de ánimo (depresión). Su
evolución suele ser crónica, aunque muchos consiguen disminuir la intensidad de
sus temores a medida que se enfrentan a diferentes situaciones sociales en la
etapa adulta.
Fuente: Noemí Guillamón. Clínica de
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Muy buena entrada.
ResponderEliminarMuy interesante, para tener en cuenta.
ResponderEliminarMagnífica entrada.
ResponderEliminarUn saludo.
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